EL CAMINO A LA ABSTRACCIÓN, UNA REALIDAD IDEAL Amalia García Rubí El arte no tiene otra misión que apartar los símbolos corrientes y las generalidades convencionales aceptadas por la sociedad. Henri Bergson En su libro El Silencio Creador, Federico Delclaux elaboró una breve recopilación de aforismos y fragmentos de relatos en torno a las múltiples inquietudes que para el artista, el músico, el escritor, el filósofo, entraña el proceso de creación. En una de las páginas dedicadas a Henri Bergson aparece la siguiente frase, sencilla y al mismo tiempo, categórica: “…el realismo está en la obra cuando el idealismo está en el alma. Sólo a fuerza de idealidad puede llegarse a estar en contacto con la realidad…” Sobre el alma-armonía como lo verdadero perdurable en su incorruptibilidad, ya disertaba Platón mucho antes de que lo hiciera el filósofo francés, aunque desde un prisma cualitativamente distinto. En la abstracción de Belén Conthe existe un ámbito no canónico pero sí imbuido de cierta idea de belleza más escurridiza y cambiante que la unívoca reflejada en “el puro y elevado estado del alma”, según la prioridad bonancible platónica. Lo que pudiera desprenderse de las palabras de Bergson y extrapolarse de modo redefinido a la obra de esta pintora contemporánea, es que el arte posibilita una vía de conocimiento que pone en contacto lo sensible reconocible (realidad visual) con aquello que, sin tener forma definida, intuimos su existencia en nosotros y en el afuera (realidad imaginaria). Es precisamente esa transitoriedad entre ambos mundos la que permite una comunicación más completa y auténtica con lo real. En este sentido, las pinturas de Belén Conthe asumen la herramienta-color emotiva antes que la herramienta-forma descriptiva para expresar fluctuantes “estados del alma” provocados por la experiencia vital, el recuerdo feliz o doloroso, la contemplación prolongada del entorno, etc. A partir del elemento base, la sustancia cromática, y sus libres asociaciones ópticas, térmicas, sonoras, aromáticas, la artista crea realidades simples que nos remiten a universos complejos, sin nombres concretos, alejados por tanto de toda carga semántica, simbólica o normativa. Territorios infinitos, desprendidos de las estrictas directrices racionalistas que al cabo encadenan nuestros sentidos a la pobre tiranía de la apariencia. Si partimos de la idea “bergsoniana”de que el artista puede ver más allá de las cosas y atravesar así el tupido velo que nos separa de su esencia, entonces entenderemos por qué ciertas obras, ciertos cuadros entre los que yo incluyo soberbios ejemplos de esta exposición, nos cautivan por su fluidez aunque no acertemos a explicar de manera clarificadora la causa de tal sugestión. Cuando hace apenas unos meses conocí personalmente a Belén Conthe, descubrí la cercanía de una pintora singular que ha adquirido paulatina relevancia en el panorama artístico español de las últimas décadas. Investigando las posibilidades lumínicas y matéricas del color, ahondando con valentía en el expresionismo a través de la abstracción, su lenguaje ha alcanzado cotas no sólo plásticamente diferenciadas sino de un calado insinuador excepcional. En aquel encuentro en la galería Ansorena, la charla previa delante de algunos de los lienzos preparados para ser colgados en la muestra que ahora se celebra, pasaba por cuestiones de procedimiento relativas a los materiales empleados, los ricos tonos de turquesas, azules o cadmios descubiertos en sus mezclas, los nuevos soportes incorporados, etc. La cálida inquietud de Conthe, cuya obra opta a menudo por gamas frías, hizo virar la conversación hacia terrenos menos precisos hasta llegar a confirmar de facto la cortedad de la palabra cuando se trata de describir la evanescencia de la pintura, su estímulo. A medida que observábamos se imponía la condición mental del color, aquella que John Berger atribuyó al pigmento una vez que ha sido liberado del tubo y el artista ha logrado imprimirle su propia idea, su mirada interior. Los cuadros de Conthe iban adquiriendo profundidad, misterio, placidez, orden espacial, pero también tensión, escarceo y hasta cierta épica romántica. La realidad silenciosa pasó entonces a convertirse en una alternancia sustentada, no ya en la remembranza de realidades más o menos definidas sino en la acción primordial de lo pictórico, plasmado en unidades o fragmentos imbricados en un todo. O según se expresaba Esteban Vicente en La pintura debe ser pobre, de 1964, la realidad inicial se trasmutó en ese deseado conjunto de “obras que se resuelven a su manera a partir del proceso común que las envuelve a todas ellas”. Así también, los cuadros recientes de Belén Conthe, poseen esa misma naturaleza indescriptible, de coherencia irradiante, que los hace bellos uno a uno hasta completar la inacabada secuencia de su creación. Esta exposición de Ansorena, compuesta por pinturas de Belén Conthe acompañadas por esculturas de Ana Troya, viene a corroborar la delgada línea conceptual que separa lo abstracto de lo figurativo pues, como señalaba Angel Ferrant y demuestran tantos otros pintores y escultores de nuestro tiempo, “todo se parece a algo”. Es decir, la actividad plástica no puede desproveerse por completo de la realidad a la que irremisiblemente estamos ligados como seres terrenales. No es la primera vez que Ana Troya y Belén Conthe presentan su obra de manera conjunta movidas por la voluntad de borrar fronteras creativas mediante la hibridación de lenguajes. Con dicho fin, ambas formaron hace algunos años el colectivo Gnomon, dando a conocer trabajos multidisciplinares de pintura, fotografía, grabado y escultura en distintos espacios compartidos. Pues bien, llegados a este punto y aunque sólo sea de pasada, cabría llamar la atención al espectador sobre las gráciles piezas de la artista Ana Troya. Realizadas mediante cuidadas técnicas de talla y pulido en maderas nobles sobre finos soportes de hierro, las esculturas elaboradas para esta exposición, sencillas pero evocadoras en su morfología informe o en su tendencia inevitable a la redondez cósmica, concluyen el estrecho diálogo entre lo bidimensional pictórico y lo volumétrico escultórico. Los límites quedan definitivamente difuminados por la sabia interrelación de luces, sombras y siluetas recortadas. El ejercicio introspectivo a partir del medio natural y su abstracción, parece ser el punto de arranque de varios procesos creativos culminantes en un magnífico repertorio de obras. Síntesis final y experiencia íntima de quien es consciente de su pertenencia irrevocable a esa realidad dinámica, siempre por definir, a la que llamamos arte. Agosto 2017