SÍ, MISTERIOSO ESPACIO
por
ALFONSO DE LA TORRE
“Vivimos en un mundo de enigmas”, el espacio es misterioso: cabizbajo sentenció Henri Michaux
[1], convertido su imaginar paseante en cuadritos
kleeianos. Punto y línea sobre el plano, es la pintura, empero se preguntan las formas escultóricas en dicho espacio, tentando el acceso a otro mundo pluridimensional.
Es la escultura, levedad o peso. Brancusi: la musa dormida acaricia con su mejilla el suelo, que es el cielo, es vuelo, es el sueño. Refiere Ezra Pound, sobre aquel, sus formas median entre la forma pura y la gravitación terrestre. Comunican la tierra y el cielo, decía Mircea Eliade. Ahora es el escultor recluido en el Impasse Ronsin: “Je n’ai cherché pendant toute ma vie que l’essence du vol”. Ah, reposar sobre la tierra y volar, suscribe Paul Klee
[2].
Rêve de vol, titulará Palazuelo una escultura rememorando a Bachelard.
En palabras de Ángel Ferrant: “Cualquier material que, configurado por el hombre en todas las direcciones del espacio, le presente imagen de sus impresiones vitales, es escultura”
[3]. Y Jorge Oteiza refirió, “esa misteriosa inclinación del hombre que le empuja a ser escultor”
[4].
Misterioso espacio, el escultor hace visibles otros espacios antes inexistentes, crea y erige lugares no pensados hasta ese instante. Frecuentándose el uso del enigmático metal, -una materia mágica que ha viajado con la historia de la humanidad, cual portentoso elemento-, unido a las leyendas desde antiguo: a las preguntas de los primeros viajeros a América sobre los objetos de hierro, los cronistas de Indias observaban cómo señalaban el cielo y sus meteoritos. De ahí que, incluso en nuestro tiempo, hierro y metal en general han portado ese aspecto mágico, la mención a su secreto origen, remitido desde la divinidad. Mundo, el de la escultura contemporánea, en muchos casos vinculado a aquellos heroicos escultores que soñaron formas crecedoras entre las chispas y el ardor de la fragua. O el bronce: estatuaria desde antiguo, sobre la vida y la muerte: se construyen indelebles cañones o campanas. Fíbulas, espadas, rejas y coronas: metal de la historia. En la exposición, obras de fundición de bronce de nuestra vanguardia histórica de los cincuenta: Rafael Canogar, Martín Chirino, Amadeo Gabino, Gerardo Rueda, José Luis Sánchez o Pablo Serrano.
Piel de la escultura, forma o superficie visible generadora de la energía que porta la escultura creada. Se puebla el misterio del espacio de los objetos quietos, el temblor de una lengua nueva que está por nacer, ¿ejemplos?: el mundo silente de Julio López Hernández o la silla de Manuel Valdés (he recordado a la silla pintada por Schiele desde la prisión) emparentan con la oda al mundo silencioso del artista que se propuso seriamente no estar al día, Rueda.
Huella en el espacio que devino perenne, nueva habitación de un espacio que estuvo antes, también una piedra se eleva en el espacio, son las esculturas de Bañuelos, es piedra. Mármol construido de las elevaciones de Luca Benites. Sigue el mundo natural: José Ramón Anda (Bakaiku, 1949) frecuenta el boj, la madera y lo mineral, el plano o la oquedad, lo delgado y el espacio ausente, lo que se expande y lo arcano, tal la búsqueda de una dimensión perdida, el infinito misterio. Reimaginador del espacio, rebasando significados, Anda propone un silencioso y sutil mundo de preguntas en torno a lo perceptible, sobre la relación entre la armonía y los secretos que encierran las formas, la inefable condición que porta la materia habitante en lo natural. La posibilidad de que una conjunción de planos, formas o nadas (vacíos) en el espacio, devengan un espacio dinámico.
Pensé en el poema de Beckett sobre el cráneo. Frecuenta Alberto Bañuelos (Burgos, 1949) el misterioso ejercicio de la ocultación-revelación. Dibuja la escultura Bañuelos en permanente formalizar-desformalizar, en acto casi demiúrgico en su quehacer incesante, sometidas piedras a un nuevo lenguaje, explorando las posibilidades de ciertos materiales de la naturaleza, en especial los diversos minerales. Para este escultor, crear es tentar la revelación de los misterios del universo, semejare artista buscador de otro orden, muy espiritual, que obliga al contemplador a pensar en torno al misterio de las formas y, por ende, del mundo. Conocer como necesidad ineludible de penetrar en la realidad profunda, tal el relato de una transfiguración.
Construcción y variación son notas de las obras de Luca Benites (Brasilia, 1981), un artista inquieto al que veo a veces en compromiso lizzistskyano. Su obra expuesta, la escultura también con un aire torresgarciesco mineral, evoca otros trabajos ascendentes de Benites, búsquedas en torno al espacio o dialogantes con los vacíos, elevando frecuentemente metáforas visuales sobre el desplazamiento. Reflexión sobre la posesión del espacio por símbolos y signos, apenas una forma será suficiente para revelarnos la epifanía del abismo que son las formas, tentando lo visible.
Arte el de Rafael Canogar (Toledo, 1934) de preguntas sobre las imágenes, sobre el existir incandescente de estas, sobre el ethos como artista. Creación de construcciones pero también descomposiciones y destrucciones formales, presencias y ausencias, volúmenes o huecos, vacíos que no le impedirán construir formas que desvelan una serena belleza. Esculturas concentradas en su ser, con frecuencia invadidas del sueño de lo obscuro. Pareciere tentando penetrar en lo más profundo de las formas, hasta construir nuevas imágenes. Maquinaria óptica y metáfora sus obras tienen algo de escultura en retardo pues será la visión quien convierta quietud en espacio de lo visible y, así, sus obras no son tanto elementos tridimensionales como las citadas metáforas, transposición o proyecciones de una forma en otra. Quietud mas no detención, pues asistimos al juego incesante de las formas, especulación sobre el acto de ver. Más que mirar hacia lo representativo, el pensar de Canogar ha sido siempre abstracto y espacial, un mundo de nuevas significaciones en las que la energía del artista, destilada en sus obras, ha cuestionado la representación, en especial la escultórica, de nuestro tiempo.
Expresión pura de una actividad interior, dijo acertadamente Cirlot del quehacer de
Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925) quien, en palabras tautológicas de Ferrant ahora, “es un escultor”
[5], natural y sincero. Belleza nacida entre la dificultad de la chispa, signos buscando una expansión, estudioso de las posibilidades de las formas sometidas a alteraciones que le permitieron integrarse a la familia que, en el verbo de Westerdahl, conjugaría la matemática y el vuelo del espíritu
[6]. Construcción con el uso de mínimos medios-máxima potencia, ejercicio de la liviandad que llama siempre a un sentido emocionado de la experiencia estética. Apariencia de sencillez de una obra que, empero, procede de una compleja elaboración, una extraña intensidad que eleva preguntas en torno a las formas, la percepción y la memoria, semejase también preguntando en torno a la capacidad para ver.
La escultura contemporánea refiere una especial relación con los materiales, tal muestra la obra de Amadeo Gabino (Valencia, 1922-Madrid, 2004), quien no ha considerado la escultura o sus frecuentados relieves, un sujeto pasivo de las formas como dotados de una energía interna, contrastada, pareciere a veces casi restallante en sus centros, haciéndonos recordar lo que en la alquimia se llaman materiales nativos, esto es, narrativos y simbólicos. Escultor heredero del collage cubista, superponiendo elementos, construyendo con planos metálicos los volúmenes de sus esculturas. Energía de los vacíos, erige relieves o esculturas concebidas con frecuencia desde la sencillez silenciosa de los planos, una suerte de misteriosa aura interior.
Silencio. Julio López Hernández (Madrid, 1930) no desea reflejar este mundo. Atraviesa, parsimonioso, entre las imágenes, con la voluntad de indagar en torno a lo (in)visible, resucitación de un universo de sombras en el elogio de lo que desapercibido pasa, misterioso universo de grisalla Tal “Elena” (1975), parado quedó un recuerdo, una historia, un tiempo, el espacio o un cuerpo y así, entre rincones umbríos, emprenderá Julio la construcción de un lenguaje intenso y simbólico. Atravesó el escultor el mundo entre el silencio y una particular luz, pareciere asaltada por el estupor de los recuerdos, tan vivos que le servirán para abolir el tiempo. El escultor deviene una de sus esculturas en la calle Cuarta, parecen ausentarse los perfiles fundiéndose objetos o enseres, cuerpos. Quedan desvanecidas las cosas, la calle de Tetuán, el cierre, una vieja tienda de somieres, entre el aire plomizo en torno.
Fue escultor de formatos mínimos, Gerardo Rueda (Madrid, 1926-1996), tentador de un universo concebido desde la voz baja capaz, empero, de llevar ciertas cuestiones espaciales al límite. Los críticos refirieron su aire místico y el notorio componente espiritual de su quehacer. Frecuentador de la materia lígnea, había que proponerse seriamente no estar al día, escribió y, en este sentido, su mundo escultórico le emparenta con el bodegón clásico, de nuestra tradición honda: preguntas sobre los objetos y las cosas, que no estarán cuando nos hayamos ido.
Sombras, líneas, volúmenes y planos, formas: luz interior. Ha insistido José Luis Sánchez (Almansa, 1926) en la pureza constructiva, con una sutil elección de caminos y delicadeza formal, un creador depurado cuyo objetivo principal es llegar, a través de un rigor sensual, a lo esencial, siempre desde una cierta noción integradora de las artes. Ensamblador de elementos en diversos espacios modulados ha creado una geometría con vocación de trascendente, tenso silencio explorador de las posibilidades de líneas o volúmenes en permanente interrogar sobre las formas o el orden, número y proporción. Un creador potente y enérgico, capaz de construir una obra que se ha caracterizado por su distinción, estableciendo hondas propuestas formales que han indagado en torno al fuego que consume las imágenes.
Guitarra sometida a un relato en voz baja, lo cual no impide una belleza casi restallante. Gravitan los enigmas sobre las cosas, parece subrayar Pablo Serrano (Crivillén, 1908-Madrid, 1985), pareciere que reflexionando en torno a forma o vacío, peso y levedad, en la complejidad de lo sencillo heredada, casi homenajeadora, de la estirpe cubista que origina esta serie. Un mundo de voz baja sobre los pequeños objetos, casi cristalizados por la presencia quieta del bronce. Buscador de una utopía dimensional, desarrollando una organicidad pensante, el arte de este ha sido un ejercicio de cómo los elementos creativos debían servir no tanto para el juego de las formas como para promover la reflexión tal un proceso, el suyo, en atenta escucha.
Sueño de vuelo, recordé al Bachelard revisado por Palazuelo, encontrándome recientemente con una escultura de Mar Solís (Madrid, 1967), danzando sobre la hierba. Misterio del espacio, reflexionando con aire hipersensible y sutil, analítica, construye metáforas visuales cuya técnica parece haberse descubierto para alcanzar su sistema de expresión. Escultora gramática, son los suyos signos de hierro o madera, arcos y coronas, tal alas o espejos (otrora ciertas de sus obras parecen evocar instrumentos del duelo o elementos orgánicos, insectos u osamentas). Potentes acordes, signos poéticos, tal espacios soñados, se apoyan o pueblan la pared, con frecuencia en vertical, emulando escrituras ascendentes. Con algo de líneas en fuga, arbor, alada una armonía que describe el rumor de una tensión que hubo. Vive el arte de tensiones, muere de distracciones (Zóbel).
Manuel Valdés (Valencia, 1942), ha elogiado con frecuencia un cierto collagismo del metal, viaje de la escultura hacia el dibujo en el espacio, caligrafía silenciosa de las formas a la búsqueda de una nueva identidad para la representación espacial, ha sido en su obra fundamental el diálogo con el material siendo, más que revelación de dicho material, sometido por el artista a aquella intensa escucha, antes citada. Arte de las derivas, ha sido el poético quehacer de este artista.que no excluye las acumulaciones y, así, la voz de Valdés se emparenta a otros autores que han trabajado con el recorte y el ensamblaje con aire de resto o desecho de la metalurgia, estoy pensando en Anthony Caro, David Smith o Cesar.
Tentador de la armonía, un rumor de la naturaleza inefable puebla algunos de los trabajos de otro escultor, un irredento
brancusiano[7],
Gustavo Vélez (Medellín, 1975), quien ha explorado piedra, metal o madera, dejando hablar, a la manera
kleeiana, a las líneas, escultura que versa sobre el movimiento de las líneas en el espacio, como activadoras de éste. Pliegan, vencen o torsionan sus formas, se facetan otrora hasta devenir un energético espacio. Influyendo la luz, el aire especular de algunas de sus obras, la reflexión de las caras de sus formas, la suya pareciere sed. Sed de una verdadera visión que, tal un vehículo de energías, permita hacer visible lo invisible. Artista del despliegue de las formas, de una cierta búsqueda de la energía latente en el material considerado inerte. Es el suyo un arte de complejidades bajo un aire, veo también, de despojada sencillez, rotundo en su expuesta claridad, pareciendo trasladar al contemplador a otra dimensión. Onírico viaje perceptivo hacia un lugar ignoto, pues semejan sus formas ser siempre cambiantes, múltiples, de extraordinaria complejidad, reflexionando en torno a asuntos seculares que han constituido la reflexión del arte de toda época: el tiempo y el espacio, ambos misteriosos.
[1] MICHAUX, Henri.
Paul Klee. Paris : Éditions Gallimard, 1950.
[2] GROHMANN, Will.
Paul Klee (1879-1940). París: Flammarion, 1955.
[3] FERRANT, Ángel.
¿Dónde está la escultura?. Barcelona: Club 49, 1955, s/p.
[4] OTEIZA, Jorge.
Quosque Tandem…! Ensayo de interpretación estética del alma vasca. San Sebastián: Auñamendi, colección Azkue, 1963. Reedición Fundación Museo Oteiza Fundazio Museoa, Alzuza, 2007, p. 146.
[5] FERRANT, Ángel.
Martín Chirino es un escultor (24/VI/1959). Madrid: Colección del Arte de Hoy, nº 6, VIII/1959.
[6] WESTERDAHL, Eduardo.
Martín Chirino. Madrid: Ateneo-Cuadernos de Arte, 1963, s/p.
[7] El término “Irredento”, aquí traído, es una reflexión de un término de Eduardo Westerdahl sobre Will Faber, “irredento kleeiano”, con ocasión de la exposición de este en el Ateneu de Barcelona (1957).