MARIANO BERTUCHI
MARIANO BERTUCHI
7 de mayo - 7 de junio
En imágenes
En imágenes
MARIANO BERTUCHI
El pasado 6 de febrero se cumplió el 140 aniversario del nacimiento del pintor Mariano Bertuchi Nieto (Granada, 1884-Tetuán, 1955). Una fecha significativa para hacerle un merecido homenaje a través de esta exposición, organizada por la familia en colaboración con la galería Ansorena.
Bertuchi nació en una casa de clase media del barrio del Realejo, en una Granada donde se admiraba a intelectuales de la altura de Ángel Ganivet, fundador en 1897 de la efímera Cofradía del Avellano, o Pedro Antonio de Alarcón, el famoso autor del Diario de un testigo de la Guerra de África (1859). Enamorado de la pintura orientalista desde su infancia —su padre, que vio en él unas cualidades innatas para el dibujo, lo llevaba a pintar a la Alhambra y al Generalife—, admiraba hasta la saciedad a Mariano Fortuny, el pintor preciosista, faro del primigenio orientalismo español, que asimismo pintó la Alhambra cuando residió en Granada entre 1870 y 1872, donde dejó un imborrable recuerdo y muchos admiradores. También tuvo en Francisco de Paula Valladar, director y fundador de la revista La Alhambra, un guía que, en diversas reseñas artísticas, le fue marcando discretamente el camino para no perder la perspectiva y continuar su formación: “Saludemos en el joven pintor el artista del mañana”. Este mensaje lo supo interpretar su familia.
Con quince años de edad Mariano Bertuchi se instala en Madrid, y allí conoció a Muñoz Degrain —tanto Fortuny como Degrain fueron sus dos grandes referentes—. A Degrain lo valoraba por su pintura luminosa, propia de la escuela valenciana, de inolvidables y cegadores atardeceres encendidos, y por ser su maestro y mentor cuando estuvo estudiando en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, entre 1899 y 1904, donde cerró su ciclo formativo. Entre medias, los granadinos Rafael Latorre y, sobre todo, José Larrocha, amante del costumbrismo y la naturaleza, al que Bertuchi tendrá presente en muchas de sus obras; el marinista Emilio Ocón, del que un pequeño Bertuchi aprendió en Málaga a interpretar el mar —tema que cultivó con profusión cuando vivió en Málaga, San Roque y Ceuta—; el catalán Santiago Rusiñol, con el que el adolescente Bertuchi compartió motivos pictóricos en el palacio del Cuzco, en Víznar; Joaquín Sorolla, el gran referente del luminismo, maestro de maestros, que viajó sin descanso por todo el país plasmando tradiciones regionales, o el reusense José Tapiró — paisano e íntimo amigo de Fortuny—, el gran acuarelista de personajes y escenas costumbristas marroquíes, que residía en Tánger cuando Bertuchi, con 14 años, visitó por primera vez aquella ciudad norteafricana, de la que quedó prendado. Una nómina de pintores de primera fila que, en su mayoría, también tuvieron una etapa orientalista.
Con estos precedentes, ya tenemos una base sobre su pintura: caballete de tres patas, calles, zocos, jardines, paisajes y marinas, algún que otro retrato, orientalismo a rebosar y luz por doquier con sus inherentes sombras —que en no pocas ocasiones se adueñan del lienzo—, para así jugar con la singularidad del contraste. A todo ello podemos añadir un dibujo certero, que realiza con una soltura y delicadeza abrumadoras; el dominio de la plumilla, de la que ha dejado bellísimos e incontables testimonios; una acuarela limpia y transparente, de cuidadosos motivos y acertados colores, con unos encuadres espectaculares; en contraposición a la acuarela, el óleo pastoso de toques vibrantes y colores cegadores, que le da vida y fortalece al paisaje —su gran baza como artista— y los elementos animados de la composición: personajes bien representados y mimetizados con el motivo y animales conseguidos —el caballo árabe de carrera fogosa y cola levantada es todo un coprotagonista de su pintura—; no pudiendo faltar en esta cascada de técnicas el cartel y el grabado, que dominaba con destreza y maestría.
Pero Bertuchi es también el pintor del Protectorado español en Marruecos. Y bien pronto las autoridades coloniales apreciaron en el granadino no sólo su buen hacer, sino también su compromiso con una pintura alejada de fantasías. Una pintura próxima a la calle y a la cotidianidad, muy alejada de los serrallos y los harenes, tratando con un respeto abrumador las costumbres y el patrimonio marroquí, que apreciaba hasta la admiración y por el que luchó decididamente a través de los cargos que ostentó desde Tetuán, bajo los auspicios de la Alta Comisaría. También fue el gran propagandista del Protectorado español en Marruecos, pues prácticamente todos los sellos —la primera edición se emitió en 1928—, enteros postales y carteles del Comité Oficial de Turismo, que se creó en Tetuán también en 1928, además de exposiciones en ferias de muestras nacionales e internacionales, salieron de su mano y sirvieron para dar una renovada imagen de Marruecos, alejada de la que se había tenido hasta la finalización de la guerra del Rif (julio de 1927).
Dar el vuelco a esa imagen no fue tarea fácil, pero Bertuchi lo consiguió. Y lo consiguió porque el trabajo que realizaba lo sentía como suyo propio, no sólo como funcionario, sino también a base de mucho esfuerzo y no menos cariño: el mantenimiento y el fomento de la arquitectura a través de la Junta Superior de Monumentos, el rescate de la rica y variada artesanía marroquí con la Escuela de Artes y Oficios de Tetuán o la Escuela de alfombras de Xauen, de las que fue director; o la creación de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán, son ejemplos muy significativos.
Espero que esta exposición sirva para dar a conocer un poco más la obra de Bertuchi en Madrid. Ciudad en la que dejó su huella a través de diversas obras, su participación en las exposiciones del Círculo de Bellas Artes y de un par de carteles, como el que hizo, junto a Cardona y Verger, con motivo de la subida al trono de Alfonso XIII, en 1902.
José Antonio Pleguezuelos Sánchez
Es autor de Mariano Bertuchi y San Roque, Mariano Bertuchi, los colores de la luz y Mariano Bertuchi, carteles y turismo.